sábado, 22 de octubre de 2011

Deontología, derechos y obligaciones del abogado

Suele hablarse con frecuencia del lenguaje jurídico y su distanciamiento con la realidad cotidiana, donde el ciudadano de a pie queda al margen de ese oscuro conglomerado de conceptos –muchas veces en latín- que al fin y al cabo decidían, entre otros, su libertad, su patrimonio o sus relaciones familiares.

Fue Sócrates quien dijo a un bello joven que le acompañaba, “habla para que yo te vea”. Si la palabra, que es el instrumento fundamental del Abogado, queda cercenada o cautiva por cualquier otro elemento ajeno a su pensamiento, éste perdería su esencia más íntima: la libertad y la independencia.

Es conocido –o debería serlo- que los principales objetivos del Abogado son: el mantenimiento y defensa de los derechos humanos y la restitución del orden jurídico lesionado; todo ello dentro del contexto de una maltrecha Administración de Justicia, donde las formas no dejan de ser importantes y la palabra y el trato serio y respetuoso debería ser el pan nuestro de cada día, pero por el contrario, oigo a diario tanto a compañeros como a clientes quejarse, a veces con razón, de ser víctimas de esa tensión que se respira en determinados órganos judiciales, y sus efectos del día a día.

Nosotros, los Abogados ya en el artículo 11 del Código Deontológico y en su apartado c) tenemos un mandato concreto y preciso, donde textualmente leemos, “guardar respeto a todos cuantos intervienen en la Administración de Justicia exigiendo a la vez el mismo y recíproco comportamiento de éstos respecto de la Abogacía”.

Es claramente una obligación, pero también un derecho donde estando en liza los intereses de nuestros clientes, actuamos en el foro con lenguaje sencillo, pero respetando a todos y cada uno de los que intervienen en ese quehacer diario de la Justicia.

La Deontología, puede tener diversas acepciones, pero creo que se debería resumir en dos palabras clave: RESPETO y HONESTIDAD, y todo ello frente a la indiferencia, el engaño, la insolidaridad que pugnan cada vez más, con ese factor social del Abogado, que constituye una pieza estable en las sociedades democráticas que no es otra que el derecho de defensa.

Y ese derecho lo debe de ejercer el ciudadano en igualdad de condiciones, en igualdad de trato, con la palabra sencilla, respetuosa y honesta que dé paso a una justicia clara y especialmente inteligible.

Y si comencé haciendo mención a Sócrates, no estaría mal acabar con un filósofo netamente hispano, -Lucio Anneo Séneca– cuando en su Ética Estoica decía: “Cualquiera que se proponga ser feliz, debe tener en cuenta que lo único bueno es lo honesto”.

Isidro Echaniz
Abogado.